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A men ve PA Ae A a a me. A ERA A b | ' a " / | | . | Ñ a 226 ó LA PERLA DE LA HABANA sidad, que la primera vez que entré hablé con Sor Ma- ría Ana y ella igualmente me habló, y que en todo lo que tuvo a bien decirme (como Director que era), no hubo ni una sola palabra que indicara en lo más mínimo nada que oliera a retractación ni declaración de que las cosas que de ella se habían propalado hubieran sido superche- ría... Si algo hubiera tenido que declarar en este senti- do, ¿a quién mejor que a mí pudiera haberlo declarado? Lo que sí me cumple decir aquí es que me manifestó el conocimiento sobrenatural que tenía de la: proximidad de su fin, y que vi en ella lo que siempre había visto: cuán una era su voluntad con la de Dios, no queriendo ni deseando otra cosa que lo que el Señor quería y desea— ba. La segunda vez que entré ya no hablaba; fué poco antes de expirar, pero conservaba todo su conocimien- to...» Sucedió lo que en otro párrafo queda referido..., esto es, que al coger en sus brazos al santísimo Niño brillaron sus hermosísimos ojos con gracia extraordina- ria, y así, mirando fijamente a su amor, inclinó hacia El la. cabeza y expiró. El P. Yagúie concluye su párrafo diciendo: «Yo doy gracias a Dios por haber dispuesto las cosas de modo que pudiera ser testigo en asunto de tan grande transcen- dencia», y, como declara en otro lugar, se retiró deseguida sin echar ningún responso ni pedir por su eterno des- canso; vera para mí cosa segurísima que volaba dere- cha al cielo» (*). HI Con esto que dejamos apuntado se verá también claro que de la muerte gloriosa de Sor María Ana puede repe- tirse lo que el calificador del Santo Oficio estampó al fin () «Defensa.»

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