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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 225 <uando la ley y el derecho le imponen una obligación... Si el Sr. Marroquín estaba en el caso de guardar un si- gilo, jamás lo hubiera quebrantado, y si se veía en la precisión de cumplir un deber que era ¿inminente e im- perativo, en el acto lo hubiera cumplido... No lo hizo, luego debemos confesar que no se creía precisado a ello. Nadie negará valor al impertérrito Sr. Marroquín. Sus actos y sus dichos estaban demostrando que por cobar-= días no había de dejar las cosas para más adelante. Es más, le hubiera convenido abordar la cuestión en el mis- mo momento, para autorizar su proceder de siempre... Es, pues, desconocer su carácter, su talento y su histo- ría atribuirle una tan burda suposición. Nosotros quere= mos reconocer en él más sensatez, más juicio y más pro- bidad en el cumplimiento del deber... Permitió el Señor, como ya hemos indicado, que para defensa de la verdad y exactitud histórica de las cosas acudiese también el R. P. Yagúe, Superior de los Cora-= zonistas de Plasencia y Director de Sor María Ana, du- rante la última enfermedad de ésta. Oigamos al mismo Rvdo. Padre: «Cierto es que entré dos veces (a la cabe- cera de la Sierva de Dios), la primera mientras se espe- raba la respuesta del Prelado, que estaba en la ”Viña” (1), y la segunda por la tarde, cuando asistí a su muerte. Por demás está el decir que entré fundado en el Conci= lio de Trento, que en los supremos momentos ni quiere que nadie perezca cerrándole la puerta de la eterna sa= lud, ni tampoco puede querer a los Siervos de Dios les falte el consuelo y auxilio que pueden apetecer... Pues bien, aunque sea necesario emplear mil veces la santidad del juramento, juraré, siempre que haya nece- “) Lugar de reposo del Sr. Obispo.

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