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224 LA PERLA DE LA HABANA a referir con la imparcialidad y serenidad que reclama el caso. D. Agustín Marroquín, señalado como confesor de la “Comunidad, no acudió durante la enfermedad última de Sor María Ana más que una sola vez, y ésta el postrero día, 9 de agosto... D. Agustín no dijo a las monjas otra cosa que ésta: «que él deseaba dar la comunión todos los días a'Sqgr María Ana, y que para esto no necesitaba es- tar en ayunas». Después de decir esto ya no vió más viva a la Sierva de Dios, porque cuando llegó a la "tarde ya era muerta... Por otra parte, ni un momento estuvo sola durante los días de su enfermedad; de noche lo mismo que de día estaban acompañándola tres o cua- : tro religiosas, y a su muerte acudieron todas... Hasta «cuando entraba el confesor para la confesión la tenían a la vista. La Abadesa y otra Consiliaria presenciaban «cuanto pudiera ocurrir, sin oir, empero, nada de la con- fesión. «El Prelado así-lo había ordenado y así lo pre- viene nuestra santa Regla en estos casos» (1). Cuando volvió a la tarde, en vista de la gravedad y sesgo de la enfermedad, la encontró ya muerta... ¿Pues «cuándo y de qué manera pudo ocurrir lo que más tarde se pretendió afirmar? Atribuir al Sr. Marroquín dicha leyenda, sería calificarlo de lerdo y poco avisado y ade- más sería calumniarlo... Sabía perfectamente bien sus «deberes, y es para él sumamente ofensivo el suponer que_no los quisiese cumplir. A LIA A o A Nosotros debemos salir, aunque incidentalmente, a la defensa del honor sacerdotal, que nunca puede ni quiere revelar cosas que caen bajo el sigilo sacramental, ni quiere tampoco prevaricar de sus deberes ministeriales (1) Palabras de las monjas en «La Defensa». CADA
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