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16 LA PERLA DE LA HABANA HI La dulcísima enamorada de Dios buscaba por todas partes la manera de amar más y unirse mejor con su Criador, y como recompensa sólo le pedía cruces para más amarle: «Ea, Esposo mío, contentadme con cruces y tormentos, con tal que esta sea vuestra voluntad; esto quiero, esto deseo; no tardéis más, Jesús mio». ¡Viva la <ruz. Viva el padecer!... En otra hoja dejó escrito: «Des- nuda de todo lo criado, asida solo a lo divino y agradeci- cida a las ocasiones contradictorias; sufrida y humilde en las ocasiones ofensivas, sóla para El solo y unida con El por ooluntad y amor». ¡Si, gloria mía! Sólo tuya, toda tuya y siempre tuya. Tuyos los latidos de mi corazón, tuyos mis pensamientos, tuya mi vida, tuya mi alma, tuya mi volutad y tuyo todo mi ser... (5) Este interno y vehemente amor de Dios no la impedía dedicarse a sus ocupaciones del día y aun a las ocupa- ciones más humildes de la Comunidad, antes las buscaba <on cariño y amorosa solicitud... Es que, como decía Sta. Teresa do Jesús: «Sabe María que no ha de querer ser María sin haber trabajado como Marta (3), y luego, en estando elevada al estado de María, puede, al mismo tiempo, cumplir con los oficios de Marta...» Nuestra ilus- tre capuchinita era como aquel pajarito que desde el día en que sus alas de amor le permitieron subir y cernerse tan alto, tenía también más fuerza para descender pron- tamente y sin peligro... Podía repetir, eon la Virgen del Carmelo: «Todo me servía de medio para conocer mejor a Dios y amarle más que nunca...» (1) Autógrafos de la Sierva de Dios, (*) Vida, p. 230.

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