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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 219 que sea un millón de ardientes corazones lo que allí en cada polvo esté encerrado. 4. Y si es fuerte el amor como la muerte, deseo superar aún este grado, porque te quiero dar pruebas de amarte aun después qua la vida me has quitado. 5. Dichoso es el momento en que me veo en que tan sólo a Dios puedo ya amar; ninguna criatura en adelante jamás su afecto en mi tendrá, jamás. Sor María Ana, pecadora e indigna capuchina.» Otra vez aparece aquí la humildad de la Sierva de Dios, y, junto con ella, aquel tierno y ardiente amor de Dios... ¿Quién ha dicho que estas almas necesitan de es= timulo para recibir a Dios, si van tras él y no le pueden dejar, y aun en la muerte arrastran consigo todos los afectos más encendidos para consagrárselos... aun fuera de la vida, bajoel imperio del sepulcro Aquella delicada y grande alma que frecuentemente, durante la vida, pe- día al Esposo amante de los altares le concediera a ella las gracias que habian de despreciar las criaturas, ¿con qué júbilo recibiría en su pecho por vez última a ese Dios, autor de las gracias y de las misericordias? ¿Acaso podía vivir su corazón sin el Amor de los amores? Era el postrero día... El médico quiso aplicarle un cau- terio sobre el corazón, cuyos fenómenos y raro funcio- namiento era anormal y desconocido para la ciencia...; mas las religiosas se opusieron por no martirizar de nue- vo a la dichosa enferma... Apenas el doctor puso los pies en la calle, se agravó visiblemente, de suerte que la Ma- dre Pilar creyó su deber indicarle si quería volviese don A A E ORRA E cas
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