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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 217 y que acabaría por momentos (*). Notable es lo que añade a esto la cronista, testigo ocular del caso... «Estaba llena de un sudor tan copioso, y despedía tanta fragancia, que toda la pieza se hallaba perfumada; y esto no lo tuvo en vida solamente, sino después de muerta y hasta hoy per- dura en la misma alcoba donde ella moró; tanto, que to- das las religiosas lo podemos jurar.....» Uno de sus doctores (*) que la asistian declaró que, aun siendo muy grave la herida de la pierna, no moriría de ella, sino del corazón; que no entendían ellos lo que ha- bía en aquel corazón... ¿Qué había de haber? Un fuego devorador. Aquella hoguera iba deshaciendo la casa...; el fuego había prendido de tal modo, que era imposible po- ner remedio al mal. Sor María Ana, que ya debía estar contando las horas que la separaban del cielo, pidió el Viático... Aquella de- bía ser su última comunión y preludio de la eterna del cielo... Alimentada con el Pan de los fuertes, fortalecida con la Unción sacramental, su alma se aprestaba a rea- lizar la jornada de la eternidad... ¡Momento horrible! Cuando el corazón siente el peso del remordimiento y la conciencia se ve hostigada por la culpa, en frente de la eternidad el más bravo se atemoriza, sobre todo cuando se tiene un poco de fe... Son los instantes de vida o de muerte eterna..... Cien veces hemos visto en estas horas de agonía, que, si un poco de luz y de cordura alienta el espíritu, el hom- bre más desleal y perdido hace con sus aficiones terre= nas lo que Cortés con las naves: quemarlas todas. Lo que importa es salvarse..... ¿Pero qué temor abruma la conciencia de Sor María (') Sor María de la Paz. 2) Fué el Sr. Arroyo.
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