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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 15 sus directores (*), viósela andar por el convento extasia— da con los brazos abiertos, buscando Amor, Amor. No veía élla a las religiosas con los ojos del cuerpo, pero sentialas presentes cuando a ella se llegaban y entonces, toda embebida, decía: huelen todas a amor. En. efecto, acababan de comulgar... Si alguna vez se le interrogaba, no podía ni sabía contestar másque: ¡Amor, amor, amor! Ese amor la sumía en aquellos largos éxtasis, y le arran- caba palabras tan ardientes como estas: «¡ Viva el amor!» «¡Viva el padecer!» También el seráfico Padre rompía a gritar en sus su- blimes arrobamientos, diciendo: «Muera por el amor de: vuestro amor, ya que por amor del mío os dignasteis mo- rir» (*). Con aquellos soberanos trasportes, era su vida como preludio de la vida del cielo, en que toda ocupación. será amar... Acomódanse admirablemente a ella aquellas suaves palabras del doctor seráfico: « Elevábase a Dios perpetua- mente como un sacrificio de adorable perfume, e inmo— laba su cuerpo con los rigores de la penitencia, y su alma con el ardor de sus aspiraciones» (*). En uno de los éxta- sis oyó el seráñco Padre que le decía Jesucristo: «Fran— cisco, tu amor raya en locura y delirio». Loca andaba también aquella purísima virgen capuchina, y era preci- so'un acto de obediencia para quo tornara al conocimien- to exterior, absorta y embriagada por el amor divino. Cumplióso fidelísimamente en Sor María Ana el pro- grama que el seráfico Padre dió a sus hijos, diciendo: «Sed todo amor y hacedlo todo por amor». (1) Pag. 99. (2) Vida, por Cherance, p. 321. (2) 8. Buenav. «Vida de 8, Francisco», cap. IX.

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