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ro A cid 212 LA PERLA DE LA HABANA La regla apostólica sirve a maravilla para todos los ca- sos y para todos los asuntos... Su cumplimiento reclama una fortaleza a toda prueba..... Alejandro pudo prever la ruina de su imperio y lloró como débil en medio de su fortaleza. Sor María Anita previó su infamia y la anunció, y no por eso se abatió un momento...; fué valerosa y magnánima en su debili- dad de mujer... Sólo Dios le bastaba..... También Dios había sido calumniado. Ella se complacia en hacerse se- mejante al Maestro... El Maestro murió infamado en medio de una Pasión redentora... También ella murió infamada, abrazada a la cruz que Jesús le ofreciera..., cruz que llevaba consigo la expiación de muchas al- mas... La Pasión de Cristo se ofrecía por los mismos que lo mataban... La cruz de Sor María Anita, tal vez ten- dría por objeto en parte, por su previsión amorosa, la ex- piación de los mismos que eran la causa de su infamia... La prueba más conveniente que tenía Napoleón de la grandeza de Cristo, era que el tiempo, ese gran destruc- tor al cual nada resiste, no ha limitado el dominio de la caridad que El había venido a traer... La prueba más convincente de la santidad de Sor María Ana, consiste en haber preferido y amado con predilección a los que singularmente iban a dictar su condenación... Era la mujer fuerte... Pericles debía sobrevivir a su obra, Sor María Ana debe sobrevivir a su amor... No extrañemos, que como Miguel Angel llevaba en su propia grandeza el germen de la decadencia del arte, así, nuestra santa lleve en la grandeza de sus hechos y de su historia el germen del recelo... pero si la maravillosa vivacidad de la luz solar hiere un momento los ojos y los hace cerrar, luego entra a dominar la naturaleza y se adueña de todos los mortales... Esperemos; tengamos un poco de
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