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de rl cl _— 208 LA PERLA DE LA HABANA la virtud de sus Siervos... Recuérdense las vidas de la B. Alacoque y de la V. M. Agreda, por no citar otras. ¿Cuántas murmuraciones, recelos, sospechas y burlas no inspiraron? (*) Murmuraciones de gentes de fuera y re- celos de la gente de casa respecto de la V. Agreda, pen-= sando unos que no iba por buen camino y otros que por sus faltas se le había Dios retirado... De la B. Mar- garita Alacoque dice un historiador que «los favores de Dios le valieron a la bienaventurada las burlas de los hombres que juzgaban ilusiones sus revelaciones» (*), Pe- ro ellas, como nuestra venerable Sor María Ana, de- mostraban su virtud y la verdad de su espíritu sufriendo con paciencia y fortaleza los trabajos por que el Señor quería hacerlas pasar... El tiempo está siempre de parte de la verdad y de la gracia... En lo que respecta a Sor María Inés, principal insti- gadora dentro del convento en contra de Sor María Ana, queremos transcribir íntegro un documento. Dice así: «El día 2 de febrero de 1905, a las cinco y media de la tarde, fué una enfermera a darle a Sor María Inés no sé qué cosa y la encontró que estaba toda temblando, y le dijo: ¡Ay, Sor María Esperanza, perdóneme, por amor da Dios; yo me condeno; yo he hundido a esta Comuni- dad y a esa santa tan grande! (Sor María Ana). Su Ca-= ridad, Hermana, no sabe las cosas que he dicho y he he- cho por el confesionario. Mire, llame a nuestra Madre... Fué nuestra Madre y le dijo lo mismo, añadiendo que llamara a un sacerdote para que la absolviera. Vino el confesor D. Manuel Navarro, y, delante de él y de todas las monjas que estaban allí, empezó a hacer pública (2) Abundantísima cosecha de todo esto ofrece la vida de San- ta Catalina de Sena, que no puede leerse sin admiración y fruto. (2) Aguilar, «Histor. Eccl.», tomo 1I, cap. LIV.

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