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206 LA PERLA DE LA HABANA Era una Hermana, y esa Hermana llamábase Sor Inés... Ya antes de que viniese Sor María Ana al convento cobró contra ella una prevención extraña... Todavía es- taba en la Habana y ya se opuso a su admisión... Tocada luego de amor propio, todo cuanto acontecía en la per- sona de la Sierva de Dios, le parecía mal, y trabajó cuan- to supo y pudo en contra de ella... Los enemigos hallaron en dicha Sor María Inés terreno abonado para mane- jarla cual hábil instrumento, y de ahí vino la primera parte de la cruz... La calumnió de cien formas diferen- tos, y ya hemos visto que hasta durante los éxtasis de la Sierva de Dios se ocupaba en meter por entre las uñas. de ésta alfilerus..... En una de las ocasiones la metió un huevecito en la boca ocultamente, sin duda para que, al sorprenderla de aquel modo, fuese despreciada... Años después, llegó allá un sacerdote cuyo nombre no es prudente revelar aunque es bien conocido en Pla= sencia... Este pudo ganar la voluntad del Prelado o me= recer de él el nombramiento de confesor de las monjas capuchinas, y ved aquí la segunda parte... Adviértase que este señor, a cuyo talento y virtud nada queremos quitar, no estaba en Plasencia cuando la Sor María Anita recibió de Dios la revelación de aquella prueba te- rrible. La religiosa desde dentro y el sacerdote desde fuera tomaron a pechos acabar con la historia sobrena= tural de nuestra biografiada... Tuvo el venerable prela= do de Plasencia el buen acuerdo de no confiar a dicho ¿sacerdote la dirección espiritual de Sor María Ana, sino- que nombró otro especial para sola ella, prueba de que el venerable Pastor no tomaba en broma el asunto de la humilde monjita... No tenía, pues, Sor María Ana obligación de revelar

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