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14 LA PERLA DE LA HABANA llamas cogió un baño de agua que encontró a mano y se lo tiró por la cabeza... En aquel momento llegaba la Ma- dre Maestra, y viéndola apagándose toda sofocada con un rostro bellísimo y rodeada de humo... le dijo: Sabe, Sor María Ana, que yo no creía que el amor de Dios tuviera tanta llama y quemara tanto? Y ella contestó: «¡Ay, mi Maestra! la santa pobreza... no volverá a suce- der esto si Dios quiere». Así fué, en efecto, que aunque otras veces la vieron rodeada de llamas, no se quemaba ni un hilo de la ropa (*). Refiere la misma cronista del convento en el momento que tenemos a la vista (*) que en otra ocasión, habiendo entrado el confesor para auxiliar a una enferma, dijo Sor María Ana al Santísimo Niño se le pusiera como sello sobre su corazón... Cogió el confesor la imagen, acer- cósela a la Sierva de Dios y se le quedó como grabada sobre el pecho sin que ella lo tocara para nada. La Madre Abadesa tenía la una mano de Sor María Ana, y la Ma- dre Clara la otra, sosteniéndoselas en forma de cruz... El confesor, que lo era el Sr. Penitenciario, tiraba del San- tísimo Niño sin que fuera posible arrancarlo de sobre el corazón de la humilde Sierva del Señor... Ensayaron lo propio otras religiosas que asistían al acto y a ninguna le fué posible obtener el resultado... Vamos a referir otro caso en el que Sor María Ana demuestra otra vez su gran semejanza con el seráfico Padre... Este corría por los campos gritando: «El amor no es amado, el amor no es amado». Cierto día, dice el original de anotaciones de uno de (1) Otro manuscrito de anotaciones de uno de sus directores se- ñala este caso como ocurrido el 14 de junio, día de Corpus Christi. (2) Pág. 99.

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