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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 201 El seráfico Doctor nos distingue tres clases de fortaleza: la política, que resiste á lo vicioso...; la purgativa, que hace al hombre superior a los males del cuerpo; la del ánimo purgado; de éstos se dice: «podrán ser muertos, pero no vencidos». «Lo que tiene valor delante de Dios es el hombre interior del corazón, que consiste en la inco- rruptibilidad de un espiritu pacífico y modesto» (*). Esa incorruptibilidad es fruto de la fortaleza de ánimo, que puede ser heroica en un cuerpo endeble y enfermizo... Esté espíritu reclama para sí la santidad; ni se puede llegar a ella sin armarse de un gran poder moral... Es un espectáculo soberanamente tierno ver a débiles don- cellas desarrollando su existencia en una esfera de valor y de poder con el que no pueden compararse los pode- res de la tierra... Aquellos caminos suaves que animan las virtudes de la humildad y de la abnegación no se pueden recorrer sin una gran paciencia y fortaleza de espíritu... La dulzura de la virtud no excluye la valen- tía, la energía viril, el valor heroico... La disposición que inclinaba a la ternura al corazón de Sor María Ana no era obstáculo a esta energía, tanto en la actividad de sus obras como en la pasividad de sus sufrimientos. La fortaleza de que estaba dotada su alma la colocaba entre la timidez y la temeridad, para repri- mir la una y dirigir la otra en las horas de combate... La fortaleza producia en Sor María Ana aquella bella magnanimidad en sus relaciones con Dios; ella la mo- vía a las nobles acciones, preservándola de la estrechez del corazón y del apocamiento. (1) Justus autem quasi leo confidens absque terrore erit. («Prover- bios», XXVII, 1.) (2) TSan Pedro, IT!f, 4. ADA IIA LA IRE MEL AR 2 POANCEAI TAS AA GA e

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