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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 195 demás monjas... Escapábase de él y no lo quería coger, temiendo hiciese alguna manifestación visible de amor o cariño... Lo que le ocurría con el amante dueño de las flores, ocurríale con éstas...: no podía tolerar la demos- trasen tan visiblemente su reverente cariño; y ella, que con alabastrina mano y corazón de ángel cuidábalas con mimo, llegaba, como en esta ocasión, a castigarlas du- ramente por sólo el imprudente delito de descubrir su admirable virtud (*). No es menor milagro el que relatan sus Hermanas de hábito y que se obraba en ella misma... A pesar de que en el cuidado del jardín y de las plantas tenía que andar tocando tierra, jamás se pegaba ésta a sus manos... ¿Se= ría prueba o premio? ¿Prueba de que ninguna suciedad de la tierra podía tocarla o premio de haberla despre- ciado tan completamente para vivir con Cristo?... Ni podemos omitir otro prodigio que en la Sierva de Dios notaban sus Hermanas... Prodigio que nos recuerda el de la zarza de Oreb, que ardía y no se consumía... Cuando en el noviciado le aconteció aquel incendio de amor que le quemó la toca y la túnica y el pañito que para alivio llevaba sobre el corazón, la Maestra le dijo: No sabía yo que el amor de Dios tuviera tantas llamas y que matara tanto... Sor María Anita, confundida por el caso, replicó: «Mi Masstra, no volverá a sucederme esto más si Dios quiere»; y así fué, dice Sor Maria de la Paz, que aunque otras veces las monjas la veían llena de lla- mas, pero no se le quemaba la ropa» (?). Este hecho nos recuerda un nuevo suceso, que, como (tj Su humildad negoció con Dios este asunto, de modo que durante sus dos últimos años no sucedieran estas cosas a la vista de las demás, y mil primores quedaron ocultos. 2) Manuscrito de Sor María Paz, pág. 87.

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