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sad 194 LA PERLA DE LA HABANA Todos estos bienes fluyen de ella como la rica y crista= lina agua de la roca oculta en la montaña o como purí- simas haces de benéfica protección con que obtenía ella de su Esposo celestial el bien de sus devotos o de sus Hermanas... Como venimos notando, durante su prodigiosa vida realizó cosas bien extrañas y maravillosas; y no es de omitir un caso que nos refiere la crónica contemporá- nea de aquel convento de Plasencia: «Plantó una vez un palo seco de zarza en un tiesto y nuestra Madre le dijo:. ¡Qué lástima que esté empleado ese tiesto con una zar- za! ¡Si no vale nada! La cándida y humildísima Sierva de Dios dijo: ¿No la quiere así su Reverencia?... Pues, Madre, que sean rosas finas de cuenco... En efecto, a poco brotaban de aquella zarza flores de cuenco...; y si- gue produciendo tan lindas rosas hasta poderse sacar una fotografía de la milagrosa planta que en el año 1910 se engalanaba con sesenta y tantos botones, que se des- arrollaron en bellísimos capullos y éstos en elegantísi— mas flores». Respecto de las flores era Sor María Ana delicadísi- ma; gustaba, como a Santa Catalina de Sena, recrearse entre ellas, como el alma entre virtudes y Jesús entre azucenas; y las flores rendianle, a su vez, el homenaje de veneración y gratitud... Cierto día trajeron para ella un tiesto de alelíes, y al pasar por delante de ellas la Sierva de Dios mirándolas con cariño, todas las flores del tiesto inclináronse respetuosas y agasajadoras... Al verlo ella, sin más «examen, las arrancó de cuajo... De tal manera la lastimaba y ofendía toda muestra en que se echara de ver su santidad... Ya hemos dicho que hasta con el Niño Jesús, a quien tanto ella quería, usaba de estos desdenes cuando se le prodigaba delante de las

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