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192 LA PERLA DE LA HABANA tó su protección, sintiéndose sin dolor alguno... Otras dos veces le pasó casi lo mismo, después de rodar de cabeza una porción de escaleras... Otra vez la cayó un cajón de madera de la altura de dos metros y pico... le dió en la cara y, con una de las esquinas, en el ojo...; invocó a Sor María Ana y por un milagro visible de su protección no le saltó el ojo... Estaba la monja mirando hacia arriba «cuando se le vino el terrible cajón, y, dada la fuerza con que se le echaba encima y viniendo de esquina el golpe, era de temer, naturalmente, que se le saltara el ojo... pe- ro no fué así, gracias al poder protector de la Sierva de Dios, Otro día una religiosa se cayó de una escalera de pie- dra, recibiendo todo el golpe en un brazo; eran tan fuer- tes los dolores que sentía, que le parecía haberse roto el hueso; empezó a ponérsele el brazo negro... pero allí es- taba la divina curandera... La dolorida Hermana excla- mó: ¡Ay, Madre mía, que me he roto el brazo; mire por aquí... Sor María Ana, con aquella gracia y amor con que todo lo hacía, tomóle el brazo... «¿a ver, a ver por dónde está el dolor?...» pasó sobre el miembro quebranta= do su delicada mano, y, como si hubiese aplicado un re= medio celestial, desaparecieron al instante los dolores y la negrura del brazo...» Al tratar en el capítulo de la caridad de su grande amor a las enfermitas, hemos recordado algunos mila-= gros bien claros que hacía por socorrer las necesidades de las enfermas... La caridad siempre fué milagrosa, pe- ro de una manera delicada y seráfica en nuestra Sor Ma= ría Ana..... En ella vemos reproducidos los portentosos hechos que tanta fama han dado a Sor Teresita del Niño Jesús y de

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