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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 191 verdad relativamente a todo, a Dios, a si misma y al prójimo? Yo no sé si podrá calificarse de irrespetuoso el poner en boca de los Santos, aunque en sentido relativo, aque- llas palabras de Jesucristo: Eyo sum veritas; puede, al menos, decirse que en ellos está la verdad de Dios, como en un planeta iluminado la luz del sol. Puesto esto por delante, cosechemos en el campo de la historia de la Sierva de Dios aquellas cosas prodigiosas qué revelan su poder delante del Señor... Nada de em- baucamiento, nada de falsificaciones... Ella obraba apo- yada en Dios y Dios obraba recompensando su virtud... En aquel poder se destaca y resplandece la palabra del Maestro... «Las obras que yo hago haréis, y aun todavía mayores.» El Maestro se complace en tomar por ins- trumentos de su amor y de su misericordia a los que, habiéndole amadoy servido con generoso corazón se han hecho una misma cosa con El, tl Por de contado, podemos afirmar que Sor María Ana fué ya un milagro viviente desde el seno materno; em- pezó a amar a Dios desde la cuna, y fué perseguida por los enemigos en forma de serpientes a los cuatro años... y vivió en medio de un incendio interior. Pero se trata de su obra exterior y nos plate trans- cribir lo que leemos en la relación de Sor María Paz. Oigamos su narración: «Habiendo la enfermera Sor María Rosa subido a una silla muy alta a cinco cuartas del suelo, se durmió y cayó de espalda; al golpe quedó aplanada y sin poderse mo- ver... invocó a Sor María Ana, y al momento experimen- a

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