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SOR MAKÍA ANA DE JESÚS 187 das las demás grandes propiedades de la santidad; ver- daderamente, aquella caridad era madre de una inmensa generación de virtudes y de gracias... Como regalo y ga- lardón de tantas bellas condiciones, poseía el poder de Dios... Dios se había entregado a ella, como ella se ha- bía entregado a Dios... Un día le dijo Jesús, dulce y amablemente: «Tú eres la dueña de mi Corazón, y yo el dueño del tuyo». Adueñarse del Corazón de Cristo es en- trar en posesión del poder divino, y de ahí aquella gran propiedad que en Sor María Ana era el sello de sus ma- ravillosas virtudes: el milagro... ¿Es posible considerar a la Sierva de Dios como tau- maturga? ¿Y por qué no...? ¿Dónde y en qué decreto está escrito que el Señor haya abreviado su diestra? Dónde y en qué libro aparece probibido a los Santos el obrar mi- lagros? Pero entendámonos bien... No pretendemos aquí auto- rizar lo que la Iglesia no ha autorizado todavía... La pa- labra de la Iglesia es la última; palabra que acatamos y respetamos como hijos sumisos... Por otra parte no es fácil precisar la extensión del poder de la naturaleza... La línea divisoria entre el milagro y la fuerza secreta del universo o de la naturaleza ni se halla todavía trazada tan claramente que sea fácil discernir lo milagroso de lo simplemente prodigioso... Sin pretender, pues, dar de- finitivamente el nombre de milagros a las cosas que va- mos a reseñar, afirmamos que en ellas se revela el poder taumatúrgico de la gran Sierva de Dios, en cuanto es dable discurnir al pensamiento humano..... Entiéndase, desde luego, que el milagro no es más que una nota o criterio externo de santidad, como lo es res- pecto a la revelación... En el caso de los Siervos de Dios y de nuestra ilustre religiosa, puede aducirse lo que el
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