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EN A il l 1 o . / Y == 186 LA PERLA DE LA HABANA «en vocación... La gracia se acomoda y se distribuye por capacidades; cuando se perfecciona una de estas capa- cidades o disposiciones, ya se ha llegado a la perfección del ser... Por eso han enseñado los teólogos que las vir- tudes están estrechamente ligadas entre sí ('). El que practica una, suponiendo que la practique con toda per- fección, practícalas todas... De ahí que cualquiera Santo que, en su respectivo estado, llenó los deberes propios de] estado, tiene todas las virtudes, aunque sólo se haya sig- “ nificado heroicamente en las que eran propias de su con- dición o vocación... Aquellas palabras «¡Qué admirables son esas mujeres cristianas!» que Nonma, Macrina, Antusa y Mónica arrancaron al intolerante Libanio, pueden aplicarse a to- das las que después de ellas se han consagrado a Dios muy diferentemente que ellas: en la vida claustra!l... ¡Qué mujeres son estas religiosas!.. Y ¡cómo se dan cita en su corazón todas las virtudes y maravillosas cua- lidades de la grandeza moral!.... Poseer una virtud perfecta, equivale a poder predicar «de ella las demás; y esa es la razón de que una virtud se nos presente como una rosa primaveral que se abre en mil hojas y esparza el aroma de mil esencias.. Ya lo estamos viendo ea Sor María Ana. Su alma es el verdadero retrato de la virtud... Su espiritu, grande e inmenso como el mar que se pierde en el horizonte, es- taba escapándose de sus pupilas al cielo... Salia conver- tido en llamas de su amoroso pecho, bur!ando las prisio- nes del hábito y del cuerpo... Ahí está Sor María Ana, hecha una ascua de oro por la caridad y el fuego sagra- do del amor. Aquella caridad tenía atadas y sujetas to- (1) 8. Agust., Trin, 6, 4, 6, Epist. 167; S. Gregor. N., Moral, 92-2; S. Tomas, 12m q. 65 a 1, etc.

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