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184 LA PERLA DE LA HABANA la alcoba, y, sentado a la cabecera de su cama, empecó mi misión, tomando la cosa de muy lejos..., y aquel hom- bre desalmado y rebelde se confesó y recibió el Viático con tantas lágrimas como yo no he visto nunca otro ca- so... Despedíme para predicar en el pueblo vecino, pro— metiéndole volver al instante que terminase mi asunto... Cuando regresé era cadáver... Ni yo mismo me doy per- fecta cuenta de cómo se realizó aquel cambio, ni de las. extraordinarias señales de arrepentimiento primero y de gozo después que observé en aquel penitente bien di- choso... No voy a reproducir lo que recogí de sus labios; sólo aseguro que me llamaba su saloador, y quería de- mostrarme su agradecimiento, incorporándose penosa mente y tomándome las manos, fijando en mí sus pro- fundas y cadavéricas miradas... ¿Quién me llevó allí? ¿Quién preparó la conversión de aquella alma? Permitaseme pensar piadosamente que la gran inter- cesora.
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