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” SOR MARÍA ANA DE JESÚS 177 remos en el orden de las del alma? Empeñóse, pues, la humilde y diligente religiosa en preparar la conversión de su padre... A esto es a lo que, principalmente, la obli= gaba y forzaba el amor; y el día 2 de febrero de 1501, al recibir la comunión ofreciéndola por su conversión y sal- vación, tuvo la inefable alegría de oir de boca del San- tisimo Niño Jesús que no se perderia su alma, pero que ya veía el mucho tiempo que Luzbel le había tenido tan sujeto y aherrojado ('). Al relatar este detalle pone su Director de aquel tiempo la siguiente digresión, que no queremos omitir: «Entonces, ella me decía que, aunque su deseo, como ya muchas veces me ha dicho (y siempre me dice), es padecer todo y todo el infierno, sin ofensa de Dios por las almas y más por su padre; pero como tenía ciertas restricciones que yo le había puesto anteriormente, se ha- bía ofrecido a todo, según la obediencia se lo permitiera. Entonces yo, movido sin duda por Dios, le dí licencia para ofrecerse en lo sucesivo a todo cuanto nuestro Se- for quisiera; y como ella tenía aquella hambre y sed in- saciable de padecer, que nos debe confundir al mismo tiempo que alentar..., lo agradeció tantísimo, que se reía y regocijaba muchisimo, diciéndome, como suele: Dios se lo pague, Padre, Dios se lo pague». Como consecuencia felicísima de la intercesión de Sor María Ana, al fin se reconoció su padre... Una carta que tenemos a la vista nos dice: «Su padre, aunque nun- ca ha escrito al convento, se sabe por carta de sus her= manas religiosas que, gracias a Dios, se ha reconocido y se confiesa varias veces al año con un P. Franciscano de Anotaciones del Sr. Barco, pág. 35.
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