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176 LA PERLA DE LA HABANA me volvió a hablar y a pedir licencia para sufrir por la salvación de su padre toda clase de sufrimientos, desola- ciones, cruces interiores... Dile permiso para ofrecerse y pedir por esa intención, según el agrado del divino Corazón» (*). Nada más natural... El primer deber del religioso es procurar su salvación, pero luego está estrechamente obligado a procurarla también la de sus padres, y en el caso de nuestra venerable religiosa, mucho más... Se de- ja comprender la fuerza que haría al Corazón deífico la ardiente intercesión de esta hija por la conversión de su padre... Los padres son nuestros más grandes bien- hechores... Ellos han sufrido por nosotros, lo que tal vez no somos capaces de comprender..... El mismo Dios Hombre, honró a su Madre y a su pa- «dre nutricio... ¿Qué no debemos hacer nosotros por los nuestros? No creemos que pueda aducirse ejemplo alguno que supere en amor y estima hacia los padres al que dan las almas santas... Es bello el gesto amantísimo de Mar- garita, hija de Tomás Moro, que, viendo a su padre muer- to y sin que nadie osase enterrarlo por temor a Enrique VIII, ella, despreciando la ira del monarca protestante que mató a su padre, lo entierra con sus propias manos... Pero si mil obras de esta índole harían los Santos por atender a sus progenitores, indudablemente procurarían con mayor empeño socorrerlos en las necesidades espi- rituales. Según el texto sagrado, a quien no se acuerda de su padre y de su madre Dios le olvida y le deja confuso; y si esto vale en el orden de las cosas temporales, ¿qué di- 4) Anotaciones, pág, 22.

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