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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 175 Sor María Paz, que la hemos visto llorar sangre mur has veces.» Dado el amor que sentía por los pecadores, y el deseo que tenía de reparar todos los pecados, el amor le ponía tanta ternura y tanta pena, que no es de extrañar este fenómeno, que también se registra en otros santos in- tercesores..... n Lo que ocupaba una gran fuerza de su poder de inter- cesión era la conversión de su propio padre... ¿Podrá concebirse la amargura con que ella miraría el alma de su natural progenitor, entregada al poder del enemigo? ¿Podrá tenerse un cálculo aproximado del número de ve- ces que ella llamaría a Cristo en socorro de su padre, ciego y entregado a la maldad de un modo tan lastimoso? Público era el extravio del Sr. Castro... Profundo mis- terio es éste, que un padre de hijas tan cristianas y de una educación tan completa, y sobre todo padre de una santa como Sor María Ana, persistiese cn el mal cami- no... ¿Permitiría Dios su definitivo mal? No cabrá espe- ranza de una reacción vigorosa, de una reflexión seria y profunda que le hiciese conocer y abandonar la senda extraviada que llevaba?.... No es este el caso de Sta. Mónica y S. Agustín, ni tam- poco el caso de Sta. Catalina de Génova... La hija tendrá que acomeler la empresa de la conversión del padre... No era sola Sor María Anita; sus otras hermanas religio- sas sumarían sus plegarias a las de nuestra capuchinita, pero es indudable que el triunfo final se deberá a la in- tercesión de nuestra biografiada. El Sr. Penitenciario apunta en la cuenta de concien= cia del día 8 de enero de 1901 lo siguiente: «También : | ] Ñ 1 1 Ml 1] Mi] 7 Mi MI Ñ 1 A |

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