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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 173 ba tropa, iba Angelita con una hermanita (*) y con su cu- ñado a los diferentes alojamientos o cuarteles de Casa Blanca, Cabañas y Castillo del Principe, donde los capi- tanes las recibían con agrado, haciendo que los soldados se pusieran en filas y, acompañada cada una de las jó- venes por un oficial, entregaba a los soldados el detente. Una vez hecha la repartición, gritaban, entusiasmados, con Angelita: ¡Viva el Corazón de Jesús! Para este acto habían hecho trajes especiales punzó, con encajes y la- zos cremas, tirando a amarillo, con sombreros de pelu- cha punzó, no ciertamente por orden de Angelita, sino por voluntad de su hermana mayor, doña Candelaria. Aquí viene a cuenta referir lo que, firmado por todas las monjitas del convento de Plasencia, nos dice uno de los manuscritos... «Una vez estábamos hablando de la conversión de un señor que lo habían encomendado a las oraciones de nuestra querida Sor María Ana, estando pará morir...; lo hizo tan cumplidamente, que toda la ciudad quedó muy edificada de su vuelta a Dios... La enfermera, al conocer el resultado de la intercesión de Sor María Ana. dijo a la Rvda. Madre: ¡Anda, qué buena presa se le ha escapado hoy al muy tiznado!... El demonio contestó en- seguida, oyéndolo las monjas: ¡Valiente boba! ¡Si no fuera más que ese!... ¡Cuántos me quita!... De todos los soldados que murieron en Cuba, en la guerra; los que te- nían el detente. de mi enemiga ninguno pude llevarme... ¡Son tantos los que me ha quitado y me quita! Mejor (1) Aunque es cierto que todas las hermanas y hasta las sir- vientes de casa contribuyeron a hacer los detentes por miles para las tropas españolas, parece que las que los distribuyeron fueron nuestra An ita y su hermanita Ana María, en compañía de D. Juan González Llorente, su cuñado y esposo de doña Leoncla, hoy viuda. Véase el apéndice.
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