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170 LA PERLA DE LA HABANA «de con amor, y lega a ser como le decía Jesús a Sor María Ana: su consuelo. Entendemos que una de las providencias mayores y más amorosas del Señor es la creación de esos asilos de almas puras, que ejercen un ministerio oculto, pero efi- cacísimo, delante de Dios: el ministerio de ¿ntercesoras... Para estudiar en nuestra admirable biografiada esta fa- ceta de su vida, es presiso recordar que un día el Cora- zón de Cristo le dijo: «Ya sabes que yo te he elegido como víctima y reparadora de mi Corazón, y así me has de desagraviar». Y hacíalo tan dignamente, dice uno de sus Directores, que Jesús se le mostraba después suma-= mente agradecido y la regalaba con el glorioso nombre «de Esposa, diciéndole, como a Santa Teresa, que «si no hubiera creado el mundo, por ella sola lo hubiera creado» (!). Con este fin, Jesús le dió un conocimiento claro y pre- -ciso de lo que es una ofensa a la Majestad divina, y, mientras, de las persecuciones y malos tratamientos de los demonios, decía: «dejadlos, que no pueden hacer más de lo que Dios les permite» (*); «en cambio, dice la cro- nista del convento, no suzedía asi con las faltas que co- metíamos, porque éstas le traspasaban el alma...»; y aña- -de que «Sor María Ana solía repetir que si vióramos lo que es una falta de éstas delante de Dios, nos moriríamos de pena, a no ser que el Señor nos confortara con su gracia...» (*) Si las leves culpas le causaban pena tan profunda, ¿qué decir de los pecados graves, de los ultrajes repetidos, de (t) Anotaciones del Sr. Penitenciario. (2) Alligatus est enim tamquam innexus catenís. San Agustín. (*) Relación de Sor María Paz. E
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