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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 163 deífico... «Padre mío, no se haga mi voluntad, sino la tuya». La contemplación más seráfica y las revelacio- nes más estupendas serían puras ficciones y engaños diabólicos, sia través de ellas no viésemos a las almas purificarse más y más y prepararse para las grandes transformaciones, llegando a la unión completa con la voluntad divina... «A esto he venido al mundo, grita Je- sucristo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado...» Para esto se revela su Corazón a las cria= turas: para modelarnos en él y hacernos conformes a aquel sagrado espejo de predestinados... Ya hemos escrito que un día, después de la horrorosa lucha con el demonio que se le apareció en figura de Virgen que la impedía comulgar, Jesús, en premio de aquella victoria ganada por el amor, fundió los dos cora- zones, haciendo de los dos «como un solo corazón y una sola alma» (!). En aquella dichosisima unión de almas y de corazones apenas habia secretos ni dolores que no fuesen de ambos juntamente... Así es que el Corazón de Jesús le descu- bría sus arcanos, revelándole las amarguras que recibía de ciertas almas y el mal estado en qué otras se encon= traban, para que ella intercediera... De esto ya hemos dicho bastante; pero es preciso repetir que parecía como que Sor María Ana sentía con el mismo Corazón de Je- sús los dolores que le causaban los pecados de los hom- bres, y sobre todo de las almas elegidas para vida mejor...; al procurar ella desagraviarle de mil modos, y orar in- tensamente por los culpables, mereció ser llamada por el Corazón de Jesús «victima y reparadora de su divino Corazón». (*) Anotaciones del Sr, Penitenciario.

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