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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 159 Al leer sus cortos escritos, y al sondear su espíritu, nos hemos creido transportados a otras épocas y a otros tiempos... La incredulidad cientifica y hasta la piadosa créese con derecho a pasar por estas páginas impregna- das de una poesia primitiva y bíblica, derramando sobre ellas, y tal vez husta sobre el que las escribe, una sonrisa de desdén o de compasión... No somos santos para en- tender el lenguaje de ellos y para respetar la inocencia del alma reformada y como rehabilitada a sus pristinos derechos originarios a causa de la abundancia de la gra- cia de Jesús... No sabemos sentir el amor y no sabemos pensar en el amor... No somos puros, y desconocemos los privilegios de la pureza... Dejemos a las almas que lo sean que gocen de tales privilegios de candor y de sencillez... Envidiemos su suerte, respetemos su lengua- je, pero cuidémonos de mofarnos de la duplicidad del amor y de la gracia divina..... Unido el corazón de Sor Maria Ana al Corazón de Je- sús, su vida espiritual parecia la de un bienaventurado... Costábala más apartarse de Jesús que el estar absorta en El... Ya hemos dicho que necesitaba, generalmente, una orden de la obediencia para venir al conocimiento exterior de las potencias, a fin de dar cuenta de sí... Ella misma dejó escrito en un extremo de uno de sus autógra- fos: «Desde que entré en esta santa casa, no pierdo ni un solo instante la presencia de Dios». De ahí a un gra- do de contemplación altísima y a una unión completa, en cuanto cabe, era derecho el camino... En otro de sus autógrafos escribe: «El día de mi profesión, por primera vez, empecé a tener el último grado de la contemplación y unión con Dios en la oración...» Gozó también de la unión llamada matrimonio espiritual, de la que ni sabe- mos ni podemos hablar ni hace al caso ocuparnos... A A A

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