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AR e L A 158 LA PERLA DE LA HABANA vuestra caridad, con que disparáis centellas de fuego a mi helado pecho. . ¡Oh Corazón de los dos!... ¡Oh cá- tedra sacrosanta de verdaderas y justísimas leyes!» (*) Son estos profundos y altisimos desahogos de aquella alma toda endiosada... Llama, atrevidamente, al Cora- zón de Cristo corazón de los dos, porque se lo tenía Je- sús ofrecido el suyo muchas veces, como ella le tenía hecho entrega del suyo... Vivía más con el Corazón de Jesús, que con el suyo propio; sobre todo, desde que se verificó, como queda referido, el cambio de ambos cora= zones de aquella manera tan sublime y maravillosa..... Sor María Ana hubiera muerto mil veces si sólo hubie- se vivido con su propio corazón... Ella misma se lo de- claró al Director en ocasiones diferentes, que era tal el ímpetu del amor o del dolor, que no podría soportarlo sin morir, si otra fuerza y otro amor no la sostuvieran..... Asi, enamorada del Corazón de Jesús, y Jesús desbor- dándose en amor por ella, tenían entrambos coloquios tan divinos que es imposible a la pluma del hombre re- producirlos... Tomaremos de sus apuntes para las cuen- tas de conciencia una prueba..... —¡«Qué dulces son, Dios mío, para mí vuestras pala- bras! La más rica miel no iguala a la dulzura que ellas causan a mi paladar.....» —«Qué hermosa eres, madre mía!, ¡qué hermosa eres! Tus ojos son como los de las palomas. ¡Qué lindos son tus amores, madre mia, Esposa mía!» —« Vida mia!, Vos sois todo amable, todo deseable, todo dulzura, todo amor.....» Y de este modo, como en otro tiempo los esposos del epitalamio sagrado, flechábanse en coloquios diviní- simos el Criador amante y la criatura amada..... (1) Autógrafos de la Sierva de Dios.

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