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156 LA PERLA DE LA HABANA abertura hecha por la lanza, y le permitió ver el Cora- zón... Cor sui intuita est Salvatoris (*). Entra en mi Co- razón, le dijo, por la llagá de mi costado... Otro día le muestra el mismo Corazón a la B. Angela de Foligno, y le dice: «En mi Corazón, hija mía, no hay engaño; aquí todas las cosas son verdades». Aún todavía relata otro caso la misma Santa... «Cierto día, como estuviese yo contemplando un crucifijo, me sentí de pronto penetrada de un amor tan ardiente por el Corazón de Jesús, que lo sentía en todos los miembros...» En una aparición, vió la citada Santa a Jesús, atra= yendo hacia sí sus hijos espirituales, los religiosos de San Francisco, que, dóciles a sus lecciones, predican como El, en palabras y actos, la pobreza, los oprobios y el do lor de Jesús crucificado... El Salvador, dice ella, los abrazaba uno a uno con un amor intenso; les tomaba la cabeza entre las manos, y les daba a besar la llaga del corazón... La aplicación que Jesús hacía de los religiosos sobre su Corazón no era la misma en todos, puesto que a algunos repetía la operación; a todos decía: «¡Oh, mis amados hijos, haced conocer a los hombres el camino de la cruz...» Otro día, vió a los mismos religiosos reunidos, y Jesús les hacía aplicar los labios a su Corazón, y les decía: «Este Corazón es el lugar de vuestra redención». Hechos de esta naturaleza no son raros en la hagio- grafía franciscana; pero lo que ahora nos interesa es es- tudiar cómo Sor María Anita fué una de estas discípu=— las predilectas del Corazón de Jesús... Efectivamente, como buena hija del Serafín de Asís, y obediente a la enseñanza del maestro, su residencia era aquel Sagrario del Corazón de Cristo... (1) Acta $. 8.

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