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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 155 Pero también en esto sigue ella la gran tradición fran- ciscana, porque el culto al Corazón deífico tuvo histórico raigambre en el espiritu franciscano... ¿Quién ignora que S. Francisco de Asís, una de las al- mas más favorecidas por el Corazón de Cristo, fué pre= sentado por éste a la B. Alacoque como el maestro de tan sublime devoción? Un día, dice la misma bienaventurada, durante mi oración, nuestro Señor me hizo ver a este gran Santo, revestido de una luz y de un esplendor incomprensibles, elevado a un eminente grado en la gloria, sobre otros Santos, a causa de su conformidad con la vida dolorosa del Salvador y su amor a la Pasión... Al imprimirle sus sagradas llagas, le hizo uno de los más grandes favores de su Sagrado Corazón, y le otorgó un poder extremado para alcanzar la aplicación eficaz de su preciosa sangre, haciéndole, en cierto modo, repartidor o dispensador de su divino tesoro... Después de haberme hecho ver todas estas cosas, el divino Esposo de mi alma me le dió por conductor, como un paje de su divino amor, en las penas y sufrimientos que me esperaban (*). Para comprender esta conducta de Jesús, basta exa- minar el fuego intenso de amor con que el Serafin llaga- do vivía: en Dios, por Dios y para Dios... Al morir, dejó en la Orden la herencia de su corazón... Nuestro Señor preludió las apariciones y revelaciones que hizo después a la B. Alacoque en otra Margarita, tan rica como la de la Visitación, la penitente de Cor- tona, la dulce Magdalena de la Orden seráfica, a la que encargó, antes que a la virgen de la Visitación, «la misión de extender, sin cesar, por el mundo el amor in- finito de su Corazón». Un día le descubrió el Salvador la 1) «Annales franciscaines.»
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