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10 LA PERLA DE LA HABANA tisima Trinidad, la Providencia y las divinas perfeccio- nes, hemos leído en un famoso apologista quejas bien amargas... Cómo no admirarse de que los predicadores se atrevan tan raras veces a hablar de tales asuntos al pueblo a quien le son tan queridos? La razón de eso es muy sencilla. No teniendo acerca de ellos sino muy va= gas nociones, no han tomado gusto a su contenido y no se forman idea de su importancia para la vida cristiana de amor. El amable Padre Martín de Cochem, capuchino, el primer escritor popular de Alemania en los siglos xvu y xvin, ese hombre que poseía un perfectisimo conoci- miento de la lengua alemana, ese teólogo tan profundo y tan rico de celo por las almas, dice en el pre“acio de su magnífico librito acerca de Dios: «Es doloroso que nos-= otros, hombres desventurados, nada ignoremos tanto co- mo el Dios bueno y que trabajemos tan poco en hacer que desaparezca esa ignorancia... En el púlpito, en el catecismo, en la escuela, en el templo, en casa, háblase muy pocas veces de esa ciencia». Si se conociese más a Dios, más se le amaría... Las almas santas han hecho un trabajo secreto y hondo acerca de Dios; se les ha re- velado tan bueno y tan amable, que ha llegado a robarles el corazón.... Verdaderamente, sorprende el conoci- miento que de Dios tenía nuestra Sierva del Altísimo, co- nocimiento adquirido más por ciencia infusa y por la comunicación directa que por industria de ejercicio mental. Lo que sobre todo arrrebataba el amor de Sor María Ana, era el misterio de la Encarnación y el de la Pa= sión... Cuando se oye hablar de la persona del Hombre- Dios, o se lee alguno de esos tratados que de esto se ocu- pan, fórmase uno ideas harto oscuras... Sólo se alcanza

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