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ao RN . | A 0 . i 146 LA PERLA DE LA HABANA mis miserias...?, entonces me responde el divino Niño y me dice: Madre y paloma mía, en el corazón humilde es donde tengo mi morada y en él es donde pongo los ojos de mi divino Amor...» De aquí que otro día le dijese el suavisimo Jesús estas dulcísimas palabras: Ecce tu pulchra es amica mea, ecce tu pulchra es oculi tui columbarun. No hay lugar a una comparación exacta entre la pu- reza de María Santísima y la de nuestra Sor María Ana, ni es nuestro ánimo establecer semejanzas absurdas y antiteológicas... Entre la Madre de Dios y toda otra criatura, por favorecida que sea, existirá siempre un abis- mo infranqueable..., pero hemos pretendido señalar al- gunas amorosas condescendencias de Jesús con la ilustre capuchinita por las que, como por una ventana todavía no bien abierta, pudiésemos penetrar el gran misterio de amor y de inefable realidad que debe quedar oculto mientras circunstancias más propicias de orden social y religioso no aconsejen otra Cosa..... Por lo demás, es evidente la economía espiritual que usó Dios con su Madre... Al escoger un hombre para rey de Israel buscó uno que excediese a los demás en talle, y encontró a Saúl, que dominaba desde las espaldas arriba a todo el pueblo, según atestigua el libro primero de los Reyes (*). Hizo lo propio cuando trató de escoger una mujer para Madre: buscó una criatura que excediese a todas por la amplitud de las gracias y la grandeza de los merecimientos..... Esa mujer fué María, la dulce Madre de todos por ser- lo de Jesucristo, y a la que la Iglesia aclama, llena de júbilo, Reina de todos los Santos. Si Cristo impera co- (1) Cap. IX.

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