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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 145 conciencia de uno de los meses de 1902, escribía de su pluma y letra: «El'día 16 del mes de octubre del año 1902. Me pareció (nótese que es estilo de los Santos, y so- bre todo de ella, usar este verbo), uno de estos días pasa- dos que nuestro divino Amor Jesús, recostado como en catre de flores, y como dormido y descansando dentro de mi pobre y ruin corazón, y hablándome con palabras de fuego que abrasaban mis entrañas en el divino Amor, me dijo: Madre mía candidísima, entre mi amado dis- cípulo Juan y tú, paloma mia, hay esta diferencia: que Juan descansó en mi amoroso pecho, pero yo soy el que descanso en el tuyo». Y el día 2 de octubre del mismo año le había dicho: «Madre mía, mi amor y mi gracia os ha- cen digna de las caricias y abrazos de todo un Dios». «En esta ocasión le decía yo al divino Niño—continúa ella:—vida mía, ¿quién sois Vos y quién soy yo la más in- digna de todas las criaturas que ha habido, hay y habrá, en una palabra, la más indigna de todas las que en vues- tra mente tenéis»? (%). Esta profundisima humildad, semejante a la de aquella divina esclava del Señor, practicaba Sor María Ana, aprendida en la purísima escuela de la Madre y del Hijo... Señalemos todavía otra semejanza. La Virgen Santí- sima confesaba en aquel cántico de su rebosante pecho y de su encumbrado espíritu el Magnificat: Atribuyo a la humildad las maravillas del poder de Dios obradas en mi: Quia respexit humilitatem ancilla sua; y a este respecto podemos acotar otro detalle, copiándolo de las mismas fuentes... Dice Sor María Ana: «También al- gunas veces cuando le digo al divino Niño: ¿pero, pren- da adorada, cielito mío, paréceme que os complacéis en (*) Originales de la Sierva de Dios, copiados por orden de su Director, el Sr. Barco. 10

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