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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 9 Cautiva mi pensamiento para que jamás te eche en ol- vido, cautiva mi voluntad y aprisiona mis sentidos». Asi quería ella ser esclava perpetua del ámor divino. Nada que no sea amor, nada que la hiciese olvidar o entibiar el amor... Cautiva de entendimiento y voluntad... cautiva con los mejores hierros y con las cadenas más fuertes: los hierros y cadenas del amor. Eran de oir aquellos imponentes arranques de aquella alma caldeada por un amor todo puro y seráfico... «Co- razón de mi corazón, cuándo traspasaréis con penas de parte a parte este vuestro corazón?...» Hallándose ella unida a Jesucristo como el sarmiento a la vid (*), como el ramo silvestre lo está al árbol bue- no (*), recibía de la cepa divina aquella savia sobrenatural de amor de que el divino amador estaba y está lleno... Rama injertada en ese tronco «todo amor», vivía de amor y producía obras de amor... Oía de continuo a Jesucristo que le decía: yo soy alimento de los fuertes; cree y me comerás, y no me haré tu substancia como el alimento de tu carne; tú eres quien se convertirá en mí. HI Para los Santos, Dios era objeto amabilísimo. Lo sería también para nosotros si nos dedicásemos más a com- prenderlo... El contenido, propiamente dicho, sobre- ñatural de nuestra fe, está en el conocimiento de Dios... Pero hasta en los teólogos profesionales se descuida harto el conocimiento de Dios en su aspecto bondadoso y ama- ble... A propósito de la enseñanza dada acerca de Dios, principalmente en lo que atañe al misterio de la San- (1) Joan., XV. (2) Rom., X1-17-24.
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