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li y ad ida DES AA ETE OA EN 134 LA PERLA DE LA HABANA ¡Oh gloria! El haber sabido amar de tan colmada ma- nera al Dios de la Eucaristía..... Si el lector que sigue con atención estas referencias tuviese una centella de aquella hoguera de fuego divino, haría propósito firmísimo de no dejar, por mucho que le costase, ni una sola comunión. Para terminar este capítulo vamos a copiar, de Sor Ma- ría Paz, un suceso glorioso..... «El día 3 de agosto de 1902, estando Sor María Ana junto con nuestra Madre preparándose para comulgar, vió nuestra Rvda. Madre cómo, de repente, se llenó la pieza de una gran luz, y por la misma puerta entrar la sagrada Hostia, por el aire, llena de extraordinarios res- plandores... La Hostia fué hasta donde estaba la Sierva de Dios, la cual, al verla, se puso de rodillas para re- cibirla... Quedó ella tan bella y hermosa, con un rostro tan sobrenatural, que no hay en el mundo cosa a que se pueda comparar... Nuestra Madre tuvo que arrimarse a la pared para no no dar consigo en el suelo de tanto como fué impresionada» (*). Ya se recordará que, por los casos que ocurrían a la Sierva de Dios, tenía orden la Madre Abadesa de acom- pañarla, y generalmente estaban solas o a lo sumo con la Madre Maestra en uno de los coros o en el cuarto; por eso hay sucesos de que sólo ella y la Madre Maestra fue- ron testigos... Dios mismo, que llevaba a Sor María Ana por un camino de sencillez y obediencia, quiso que la ve- nerable Madre Abadesa fuese como su ángel custodio visible, y a ella la tenía sometida aun en los favores más singulares. Cuéntase también en la crónica del convento que en el año 1903, en la misa de las doce de Navidad, estando (1) Manuscrito del convento de Plasencia,

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