BCCPAM000R09-1-21000000000000

SOR MARÍA ANA DE JESÚS 133 No será fácil que nos preparemos como Sor María Ana para tan divino acto, ni sentiremos lo que ella experimentaba después de la comunión. El Sr. Obispo tuvo que ordenar que después de recibir al Señor se que- dase sola en el coro, custodiada o vigilada por la Madre Abadesa o su Maestra, porque era aquella una hora de soberana transformación para ella; extática, se la oía de- cir, mientras el corazón la golpeaba fuertemente a im- pulsos del amor: «Dios mio, un camino llano: cruces, muchas cruces y mucho padecer. ¡Oh amor, amor, co- razón de mi corazón!, dejad todo esto para otras almas, que yo no quiero más que desnudo padecer» (*). Y, aun- que así hablaba en el arrobamiento místico, cuando vol- vía en sí cuidaba de que no se le escapase palabra per- ceptible; pero su corazón, volcanizado, la denunciaba, queriendo romper aquellas paredes de carne en que se veía aprisionado..... Pidió al Señor y obtuvo que por artes y sugestiones del demonio no le volviese a ocurrir el dejar la comunión, lo cual cumplióse a la letra desde que ella hizo la ora-= ción y Jesús declaró que la había atendido... En un documento registrado por uno de sus directores y procedente del convento de Plasencia, leemos lo que algunas veces le decía el Señor, a saber: que si no hu- biera instituido el Santisimo Sacramento, sólo por ella y por la complacencia tan grande que tenía de estar en su pecho le instituyera (*). ¡Oh sublime criatura, que así habías robado el corazón de Dios!, aumenta en nosotros el fuego de la caridad eucarística y el deseo de comulgar cada día... ¡Oh dicha! (1) Manuscrito de Plasencia. 2 Manuscrito de Sor María Paz.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz