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132 LA PERLA DE LA HABANA en estos casos, atenerse a la obediencia y obrar por solo Dios. No pocas veces, en el momento más santo de la co- munión somos asaltados de pensamientos de blasfemia, de impureza, de impiedad, con dudas sobre la real pre- sencia de Jesús en la sublime Eucaristía..., lo cual nos turba y desconcierta hasta el punto de intentar alejarnos de aquel acto para no sentir tales combates... Todos los maestros de la vida espiritual están de acuerdo en que es preciso deshacer estas imaginaciones diahólicas con un desprecio generoso; que todo ello no es más que una hueya razón para hacer la comunión con mayor frecuen- cia en desquite de lo que trata de alcanzar el ángel ma- lo... Ceder a las malignas sugestiones del enemigo, es darnos por vencidos y derrotados, y de estas derrotas vendrán luego otras, y, finalmente, un perjuicio gran- dísimo a las almas y mengua de la gloria de Dios... Nó es cosa de monta la duda que puede venírsenos, una vez resueltos a despreciar todo eso, de si, por obedecer, comulgamos por ventura mal... No se debe temer el co- mulgar si se comulga por obediencia... De esto nos dió magnífico ejemplo nuestra ilustre biografiada, atrope- llando legiones de demonios y pasando por penas infer- nales por no dejar la comunión... A las finezas de Jesús, comunicándoseletanadmirable y confiadamente, respon- día ella con otras finezas de amor y de esfuerzo por darle gusto... Lo mismo haríamos nosotros sicomo ella tu= viésemos el corazón lleno de amor a Dios y si conside- rásemos la sublime Eucaristía como «la devoción de las devociones». Mas ¿de dónde viene esa frialdad y tibieza que so apodera de nuestra alma que por una bagatela y un capricho dejamos las comuniones santísimas como si nada importara el recibir o el dejar de recibie al Señor?
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