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SOR MARÍA ANA DE JESÚS Es indiscutible que la obra a que más odio tiene el de- monio es la comunión, y que daría por bien empleado todo trabajo y esfuerzo por evitar que una sola alma, una sola vez, se privara de recibirla por instigaciones suyas... La gloria que se da al Señor en el acto de la recepción eucaristica, el aumento de gracia y de virtud que cobra el alma, la alegria de la Iglesia militante, purgante y triunfante..., todo esto se. ve frustrado en parte por la omisión de una comunión... Si en los fieles ordinarios es tanto el bien que causa una sola, ¿qué no hará en las al- mas grandes, puesto que, además de lu gracia ex opere operato, hay otra ex opere operantis? En unos y otros procura el diablo, con artes y enredos muy diversos, ale- jarlos de la santa Mosa... En la vida de los Santos tiene este acto eucaristico una importancia tan extraordinaria, que sólo podremos cono- cerla de algún modo, cuando veamos la economía de la santificación sin velos ni cendales. Pero también en la historia de los cristianos entraña capital interés, por lo que decía S. Pablo: «Por eso andáis enfermos y flacos y desmedrados en la virtud, porque carecéis de la fuerza de esta manducación espiritual...» Pone el diablo vagos temores de que sean sacrilegas las comuniones que hacemos... realmente vagos por no apoyarse en fundamento alguno, sino sólo en la ima-= ginación. La prueba de que dichos temores no proceden de Dios es que muchas veces, apenas se ha comulgado, renace la paz y desaparecen los miedos. Otras veces válese el diablo de la estratagema de suge- rirnos la idea de que ho sacamos provecho alguno de las comuniones, de lo cual se sirve, generalmente, cuando el alma se ve privada de consuelos sensibles. Es preciso,

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