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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 129 devociones», es el Tabor de los contemplativos, es la transfiguración de los corazones... HI De ahí la guerra que hace el enemigo para que no lle- guemos a comulgar... El demonio, que no ignora cuán necesaria y de cuánta eficacia sea la comunión frecuen- te y aun diaria a las almas interiores, pone en juego to- dós los ardides imaginables para impedírsela (*). En la vida de Sor María Ana se advierte con harta frecuencia los mil ardides de que se vale para impedir la recepción eucarística... ¿Cuánta sería la gracia y el fervor de que se vería lleno el corazón de la Sierva de Dios con la co- munión, cuando el enemigo se revestía de mil formas y echaba mano de mil estratagemas para impedirla comul- gar? Curiosos datos podemos aportar a este respecto..... Excusamos decir, con la cronista del convento, que «eran tantos los deseos que tenia de recibir a Jesús y los impe- tus de amor, que se abrasaba toda, y hubiera muerto mil veces a violencias del amor si el mismo Dios no la con- fortara». A este deseo respondía Cristo cuando por sí mismo la hacía comulgar... Pero, por otro lado, el demo- nio se lo quería impedir. Oigamos a Sor María de la Paz... «Un día, los enemigos, a todo trance, querían es- torbar que bajase a comulgar; la hicieron tan pesada, que de ninguna manera la podíamos mover; por fin, la llevamos al zoro, y, echada en el suelo, recibió la sagra- da Forma; tuvo que entrar adentro el capellán a dárse- la»... Con este motivo, pudieron ver las monjas otra ma- ravilla, Sucedía que, generalmente, la santa Forma se escapaba de las manos del sacerdote a sus labios, pues (2) «Almas interiores», P. Grou.
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