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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 125 la V. Madre Agreda en su «Jardín Espiritual?» Conver- sando con los ángeles de que estaba constantemente acompañada, diría: «Decidle, Príncipes y Señores míos, se acuerde su Alteza en qué estado me quiso, cómo ma abrió los ojos para conocer que sin su majestad no hay nada; y que estoy, aunque rodeada de las cosas criadas, muy sola y sin compañía de ellas, porque ni satisfacen mi pena las alabanzas, ni me entristece el abatimiento y menosprecio de las criaturas; ni la diversidad de anima- les, ni la hermosura de las plantas, ni el cielo, ni el ador- no de las estrellas, ni el sol, ni la luna me alegran; pues todo acrecienta mi llanto, durando siempre esta penosa y prolija ausencia, porque en todas sus criaturas veo sus obras, y cuando admirable es su nombre, y aumentan y acrecientan mi amor..... Decidle que, aunque la fe me dice que me oye y que está conmigo y en todo lugar, que con estas ansias Cau= sadas de su ausencia, de sus velos y rebozos, me hace desfallecer... Decidle a mi Amado divino, que su esposa suspira por su siesta, que pide la entre en las bodegas de sus vinos y ordene en ella la caridad que suspira por lo que suele gozar..... Decidle, mensajeros míos, que como me ha dado una poca noticia de su belleza y bondad, que el alma, herida de amor, muere por gozarle.» Y con estos deseos y ansias llegúbase a la comunión donde iba a gozar de la presencia real, personal y ver- dadera de su Amado... Decíale frecuentemente: «Esposo mío, sois más dulce a mi corazón que el panal de miel a mis labios; no me bartaré jamás de llamarte amor, A Ti sólo quiero amar y no a otro amor. Tú bien sabes, dulea dueño de mi alma, que mi corazón no ha deseado

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