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A A NN A A PS a ic claiD i LA A 124 LA PERLA DE LA HABANA hemos igualmente nutrirnos con la cruz... Al comulgar debemos ineorporarnos a la cruz y debe encenderse más y más el amor al sacrificio... El crecimiento, pues, en la vida espiritual, va paralelo al crecimiento en el amor de la cruz... Como Sor María Ana tenía tan firme en el alma la idea del sacrificio, la Eucaristía la incendiaba... Veía en la Hostia adorable la fuente del dolor y la fuente del amor... Anonadada, atónita, confundida, se presentaba a la comunión; pasaba largas horas ante el altar, y para ella, Jesús en la Eucaristía era la verdadera vida... El alma enamorada de Dios debe tomar su substancia en Dios... La sublime Eucaristía es la comida de los espi- ritus..., como la llamaba un gran pensador(*). Es el Pan vivo, como se llama a sí mismo Jesús; es la Verdad y el Amor que están en Dios... Es aquella sabiduría increada que hace feliz al alma que de ella se alimenta y que grita a todos los hombres desde el fondo de su corazón: Venid a mi, todos los que me deseáis con ardor, y saciaos con mis sabrosos frutos, porque mi espíritu es más dulce que la miel... Los que me coman quedarán con hambre, y los que me beban quedará: con sed (*). “Wed ahí la ley de los Santos... Desear a Jesucristo, co- merle, y sentir cada vez más hambre: beberle, y experi- mentar cada día más sed de perfección. Ved ahí el esta- do de Sor María Ana: siempre deseando unirse más y más con Jesucristo, siempre alimentada con el Pan eu- carístico y siempre hambrienta de amar, de sufrir, de morir por el Amado... ¿Será indiscreto poner en sus la- bios aquella lamentación en forma de carta que recuerda el cántico espiritual de S. Juan de la Cruz y que escribió (1) Malebranche. (2 Eccles., 24.
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