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lic ES as RT AAA O | | 122 LA PERLA DE LA HABANA zón que su amor es la causa de todo cuanto creemos, esta respuesta me persuade más que todos los libros». Bella reflexión de Ana Gonzaga, dignamente admirada por Bossuet (*). Así se me ocurre exclamar: desde que cono- eemos el amor de Sor María Ana a la Eucaristía, todo cuanto se nos refiere de ella, y todo cuanto oímos y es- <ribimos tiene cabal explicación... «Hemos creído a su amor». Aquel ardentísimo amor de su pecho por la Hos- tia pura, fué para ella una revelación... «El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor»; pero el que ama como Sor María Ana, aunque no pretenda conocer- lo, le siente, le saborea, y tiene la convicción de la ex- periencia y del gozo. «Todo es misterio en el amor», dijo el gran pintor de la naturaleza humana, La Fontai- ne. Por eso, ni en Dios ni en los Santos debemos extra- ñar los excesos a que el amor los llevó... 1 Sor María Ana fué atraída hacia el adorable misterio de la Eucaristía, primeramente por su amora la Pasión de Jesucristo, Es una memoria perenne de aquel sacrifi- -Cio; parece que todavía se le contempla sufriendo y mu- riendo en el altar. El Sacrificio perpetuado, la expiación incesantemente repetida... Jesucristo, victima en los Sa- grarios... Esa idea nos da, desde luego, el hecho de que estando Cristo glorioso en el cielo, quiera aún someterse a las humillaciones del estado sacramental... Como nues- tra venerable religiosa tenía tan en su alma y tan en su (') Ang. Nic. «Estudios filosóficos.»

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