BCCPAM000R09-1-21000000000000

SOR MARÍA ANA DE JESÚS 121 la fuerza espiritual que comunicará a los que cada día la reciben con deseos de perfección y de amor? Pues bien, Sor María. Ana tenía a la Eucaristía un amor y una devoción especialisimas..... Era la devoción más tierna y arraigada en su corazón..... Sabía que sin ella el cristianismo era nada, y que con ella, era Jesu- cristo mismo comunicándose a los hombres... La lumi- nosa imagen de la Hostia se destacaba sobre todas las demás cosas para ella... A través de la Hostia, miraba el cielo y la tierra. Conocía perfectamente que si todos los Sacramentos dan gracia y son derivaciones de aquella vida divina encarnada en Jesucristo y que, por su muerte, fué derramada subre toda la humanidad, el Sacramento del altar va aún más adelante; que no sólo da la gracia, sino al mismo donador o autor de ella; no sólo la emana- ción, sino la misma plenitud y fuente..... Conocía que la Eucaristía agotaba la liberalidad y el amor del mismo Dios, y que es por excelencia y sin reservas el Sacra- mento del amor... La sublimidad del misterio no suble- vaba su razón, antes la encadenaba y aprisionaba al misterio, porque en él descubría un misterio de amor..... ¡Así amó Dios al hombre!... Y ante este pensamiento se abismaba en gratitud y en reconocimiento, de suerte que sólo quería vivir para comulgar y quería comulgar para amar... Llamaba a la sublime Eucaristía la devoción de las devociones, según testimonio de uno de sus directo- res, y bien se echará de ver por el relato que vamos a hacer de sus soberanas relaciones eucarísticas. Al meditar en las obras maravillosísimas de Cristo, oprimidos bajo el peso de su grandeza, decimos con San Juan: «Hemos creido al amor que Dios tiene por nos- otros» (*). «Desde que Dios se dignó ponerme en el cora- () Joan., IV-16.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz