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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 111 Cortina, leemos que le costaba mucho dar este permiso porque veíase en gran perplegidad (*). Asi iba Sor María Ana asegurada, y, de paso, se nos dejaba un testimonio formal y auténtico de la interven- ción divina... Consta, pues, por el documento citado, que cuando el Señor dispuso hacerla particionera de la Pasión la orde- nó pedir licencia... La buena y prudente Madre Abadesa resistióse por mucho tiempo, mas luego determinó darle permiso para sufrir sólo por espacio de una hora, y a medida que se desarrollaban los fenómenos iba autori- zándola para más tiempo. Sucedía que la Madre Aba- desa y la Madre Maestra, según cra querer de Dios, unw vez que aquélla determinaba la hora, observaban con cuidado a la Sierva del Altísimo... Por muy distraida que la tuvieran en ocupaciones manuales, al llegar la hora señalada por la obediencia, y que ella ignoraba porque no se le notificaba, sentíase arrebatada por el dolor, se ponía como desfigurada de pena y tenía que dejarlo todo, en tanto grado, que la Abadesa y la Maes- tra, testigos del caso, afirman que durante aquel sufrir y en aquella agonía, parecía iba a acabar la vida, pero que, pasada la hora prefijada, se quedaba de nuevo natural (*). La cronista del convento, Sor María de la Paz, nos refiere el espectáculo del caso. Aunque la impresión de la corona de espinas tuvo lugar durante la Cuaresma del año del noviciado, la Comunidad no se dió cuenta hasta el mes de mayo del mismo año, entre Ascen- (1) Manuscrito de Plasencia. Todavía vive la M. Cortina. (2, No se incurra en la necedad de ver en esto alguna semejanza con los fenómenos telepáticos o de sugestión, porque ni la Madre tenía intención de sugestionar ni la hija la de ser sugestionada. Era el cumplimiento del querer de Dios someterla a la Pasión en el tiempo que determinase la Rvda. Madre.

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