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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 109 razón y en sus labios, el nombre y el sacrificio del Cal- vario para remedio de la humanidad. La amantisima Sierva de Dios, a imitación de otros Santos y con amor profundo, repetía, dirigiéndose al Padre Eterno: «Ecce Agnus Dei. Ved aqui, Dios Eterno, el sacrificio de tu Hijo: el Cordero celestial que borra los pecados del mun- do. Vedme a mí misma dispuesta a morir con El, por El, para El, a fin de cooperar a la grandiosa obra de la sal- vatión de las almas... Que la cruz donde está enclavado ese celestial Cordero sea el altar donde se inmole mi alma, y lecho donde celebren sus dulces desposorios el amor y la justicia... «Ecce Agnus Dei.» Ved el Cordero expiador.,. La sangre que vierten sus heridas, sea la fuente de la redención y de la vida...» Acrecía cada dia este amor de Sor Maria Ana a la Pa- sión de Jesús y vivia identificada con Cristo en el dolor y en el amor (*). En la enfermedad que padeció y que dió con ella en el sepulcro, el médico tenía que pinchar con una aguja por muchísimas partes las piernas que se la habían hinchado y la causaban vivísimos dolores; pero ni un ¡ay! se la oyó decir, ni se le notó hacew el menor movimiento, su= friéndolo todo con admirable paciencia al recuerdo de la Pasión de su Esposo... Una noche trataron de aplicarle el termómetro para observar su estado febril o termal, pero ella alargó la mano hacia un Cristo que tenía a la cabecera, y, cogiéndolo, dijo con devota expresión: «Este es el verdadero termómetro», y besándolo muchas veces lo apretaba sobre cl pecho... Todas las religiosas podemos jurar, dice un manus- (1) No es preciso repetir que este es el real camino de la per= fección y del cielo, «Si es verdadero camino, por la eruz ha de ir y en eruz ha de estar puesto.» La V. Madre Agreda. «La escala espiritual».

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