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A PA ! ñ / 108 LA PERLA DE LÁ HABANA toro bravo que lanza de sí bramando el hacha con que el sacrificador le hiere, y quiere sacudir las cadenas que le oprimen, lanzando gritos de dolory de maldición(*). Cuan- do ve que son vanos sus esfuerzos, se rinde protestando a la suerte inevitable, y, entre suspiros medio compri- midos de mortal dolor, profiere apenas con su boca rígi- da una frase implorando la misericordia del cielo. La misericordia de DiosesCristoclavadoeneruz .. Dios, ofendido en su severidad, nunca olvida el amor... Si en la antigúedad tuvo el hombre una muchedumbre de dio- ses hechos a su imagen y semejanza, ávidos de s angre, inflamados en odio contra el mismo hombre,Kali, Ciro, Abriman, Moloch, etc., alora, en la Era de la gracia, está siempre el Dios de la cruz hecho a semejanza nues- tra, no para exigir nuéstra sangre, sino para derramar la suya... Si la antigúedad, en vez de una Providencia llena de bondad no conoció otra cosa que el ciego gozar y el férreo destino, el mundo cristiano reconoce en el misterio de la Pasión una Providencia de amor y un holocausto de misericordia... Por eso, el espíritu compa- sivo y tierno de las almas santas gusta de volar al Cal- vario y ofrecer allí al Padre Eterno, con las mismas palabras del Verbo humano, el gran sacrificio de recon= ciliación y de paz. Ya no debe oprimir a la humanidad la siniestra preocupación de dioses llenos de odio y de envidia, que se complacian en e! maligno goce de hacer ma 1(*). En la cruz aparece Cristo ofreciéndose mil veces en sacrificio por sus manos y por medio de los Santos... Son por eso éstos los grandes sacrificadores y oferer- tes que llevan constantemente en su mente, en su co- (1) Virgil. «Eneida», IT, 222-295, (2% Plutarco, «De supentit», 2,

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