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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 107 la Oración del Huerto, donde dice debió padecer más nuestro bondadosísimo Salvador (*). Durante este tiempo de la participación de los dolores de la Pasión santísima parecíale que moría sin poder morir y que los ángeles la sostenían, confortándola...» El santisimo Niño decíale que por ella se ofreció espe- cialmente a su Eterno Padre, y con estas cosas agrandá- base su amor a la Pasión y su deseo de padecer por el Señor... Podía escribirse de ella lo que un ilustre biógrafo es- cribía de San Francisco de Asís: «Se le escapaba del pecho este grito del doctor de las naciones: «Jesús me »amó y se entregó a la muerte por mí...» (*) Encantábale esta magnífica frase de los libros santos y le solazaba hasta hartarse con ella el corazón, no sien- do dudoso que contribuyó en modo notable a hacerla san- ta... ¡Tanto divino espiritu hay en cada una de sus pala= bras!, tan luminosa, fecunda y enérgica es cada una de ellas! Parece que es como una hostia consagrada, y que contiene el Verbo entero para dárselo a los que necesi- tan... (*) Su piedad crecía de modo extraordinario duran- te la cuaresma, que era cuando Jesús la hacía participar «le una manera colmada del cáliz de sus amarguras... Il Nuestra admirable religiosa, abismada en los miste= rios do la Pasión, entreteniase en ofrecer al Padre aquel sacrificio de la cruz para remedio del mundo. El mundo re presentado en aquella imagen de Lacoonte como el (t) Anotaciones. (2) San Pablo, Gal., IL. 4) Cherance.

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