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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 97 seguida de estas exageraciones o que el extático provoque o suspenda el estado, a su voluntad, o si habla como un hombre cuya inteligencia está turbada o si—después de haber sufrido el éxtasis—no recuerda nada de lo que ha dicho ni puede repetirlo, y, sobre todo, si se deja fre- cuentemente arrebatar de este modo en lugares públi- cos, en presencia de muchedumbre de espectadores, puede concluirse que el fenómeno es diabólico... A esto se parecían, en su naturaleza, los sucesos que hemos re= latado, acaecidos durante el cerco diabólico, cuando, permitiéndolo Dios y como ocurrió a otros Santos tam= bién, sufría Sor María Ana aquella prueba amarguisima de los asaltos del enemigo, que la arrebataban y herían de modo implacable y fatigoso. Pero roto el cerco diabólico y victoriosa ella con su paciencia y humildad de tan te- rrible prueba, ya no tuvo que temer del demonio; antes teníalo abatido y vencido, amando libre y generosamen- te a su Dios y Señor. Por parecido embuste se explican los fenómenos de Simón Mago (%) y sus discípulos, fenó= menos que no pudieron resistir a la oración de S. Pedro, cayendo derrocados y muertos ante la multitud que se maravillaba de sus satánicas elevaciones... Cuando el éxtasis ocurre en períodos marcados o a in= tervalos determinados o si, con el tiempo, el extático cae en parálisis o se siente herido de apoplegía e también si va seguido de pesadez de espíritu y de obscuridad men-= tal, como si la lividez cubre su semblante y la tristeza su alma, en todos estos casos podemos afirmar que el fenó= meno es natural, Con lo cual, y sin entrar más hondamente en el asun= to, señalamos con suficiente claridad las notas con que (1) Acerca del poder taumatúrgico y la muerte de este impostor véase Le Camus. «Orígenes del Cristianismo», tomo III.

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