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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 95 ser natural, diabólico o divino (*). Para distinguirlos se requiere no olvidar lus antecedentes de la crisis, los sin— tomas propios y las consecuencias de todo vrden que de ellos se desprenden. ¿Pero necesitaré defender aqui como de buena ley los éxtasis de Sor María Ana? Si hemos de decir la verdad, p>eo o nada nous interesa esta cuestión. Lo que nos interesaba era hacer resaltar sus virtudes, su vida de amor, su deseo de Dios y la gran ley de la mor- tificación. Dado esto, importan poco los éxtasis. Sin em- bargo, ellos son, generalmente, como una recompens1 anticipada de Dios y un sello de la verdad espiritual en que andan las almas extraordinarias. Seguramente hay fuentes espirituales en que se pro- duce una especie de preparación personal a este sublime estado. Conocidas las fuentes, si la Sierva de Dius acudis a ellas, si de ellas ha bebido en abundancia..., fácil es deducir que sus éxtasis son divinos; y cuando lo son, m.»- recen toda nuestra admiración, por suponer una prepa- ración virtuosa de grandes quilates y una santidad muy encumbrada. En estos éxtasis divinos el alma se ador- mece en un pensamiento espiritual y se despierta a las cosas del cielo... Según la enseñanza de Sta. Teresa, «el alma jamás tiene mayor luz que entonces para conocer las cosas de Dios». Todas las potencias y sentidos están suspendidos y como muertos, y en esta suspensión y muerte es cuando hay mayor claridad y mejor entendi- miento... ¿Que cómo puede resultar esto? Preguntidselo a la gran Reformadora y os dirá «quo es un secreto que quizá no entienda ninguna criatura y que Dios se ha re- servado, del mismo modo que otros». Suspende el enten- (*). Esta distribución es ya antigua, pues se encuentra, en cuan- to a lo esencial, en San Agustín. («De genesi ad Litteram», lib, 12 passim.) Distribución que se basa en las noticias positivas de la Escritura y en las experiencias directas y personales.

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