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94 LA PERLA DE LA HABANA monjas alguna de las sabrosas conversaciones entre Sor María Ana y Jesús y las fervientes súplicas que le diri- gía en favor de unos o de otros... Sor María de la Paz señala uno de esos coloquios amorosos durante el cual Sor María Ana decía a Jesús: «La santa Regla...; yo no quiero esas cosas, sino guardar la santa Regla... Pero, Señor, ¿no véis que soy una pobre novicia y me van a echar? No me déis, no, esas cosas; si es vuestra santísi- ma voluntad, la santa Regla sólo» (*). En efecto, ya desde el noviciado comenzó a tener esas divinas comunicaciones; lo cual náda tiene de extraño) si toda su vida fué alma regaladisima y escogida desde el seno de su madre. Pero la importancia de estas manifestaciones no de- pende de ellas solas; depende de la vida que Sor María Ana llevaba y del enlace que guarda lo uno con lo otró. No estamos conformes con el parecer de Alfredo Mau- ry, que dijo: «los teólogos han mirado el éxtasis como uno de los favoros más señalados que haya otorgado ja- más el Criador a la criatura; por esto Roma ha puesto en el número de los Santos a la mayor parte de los que los han experimentado». Es lugar común en la Teología que en tratándose de canonizar a un Siervo de Dios no se toman en cuenta sus éxtasis, y que, por lo menos, jamás son aprobados como milagros especiales, a no ser que vayan acompañados de algún prodigio evidentemente sobrenatural (*). Ni nosotros podemos tomar cualquiera cosa por éxta- sis, cuando sabemos que, según el tratado de beatifica- ción y canonización de Bernardo XIV, el éxtasis puede (*) Manuscrito del convento de Plasencia. (E) Joly, «Psicología de los Santos», pág. 101.
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