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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 93 del destierro. Es verdad que para llegar a gustarlo es preciso haber gustado el cáliz de la amargura y haber comido el pan duro de la mortificación hasta haber con= seguido la purifica Hubiera sido curioso el haber podido atisbar y ver den- tro del alma de Sor María Ana aquellas soberanas im- presiones de la gracia, y notar aquellos amorosos colo- quios de enamorada unida con lazada purisima del más cásto amor al divino Amador de su corazón. Como no es del caso repetir la historia de estos éxta- sis, porque son en su naturaleza idénticos, aunque con derivaciones diferentes en cuanto a su efectividad, nos contentaremos con decir que Sor María Ana experimen - taba este estado con harta frecuencia... Vivía tan en Dios y tan fuera de sí que, como hemos dicho ya, el Director sión de las potencias y sentidos. tenía que mandarla venir al conocimiento exterior para poder darle cuenta de conciencia... 1 Permitió el Señor durante su historia cosas muy sin- gulares, y entre ellas anotaremos la predisposición de Sor Inés en contra de lo que se observaba en la Sierva de Dios... Recuerden aquí nuestros lectores aquel atre- vimiento casi sacrílego de que hemos hecho mención en otra parte, y que consistia en que esta Hermana, hur- tando la vigilancia de las demás, mortificaba a Sor Ma- ría Ana metiéndole alfileres entre las uñas de los dedos durante los éxtasis. para convencerse, en parte, de la realidad de aquel estado y además por la enemiga que desde antes de llegar al convento la tenía, permitiéndolo el Señor para sus altísimos designios. Con este cruel método quedó comprobada la gracia extraordinaria de los éxtasis, durante los cuales oían las

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